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Me parece haber descubierto que, cuando me siento “amenazada”, busco protegerme, mostrándome como una víctima de los daños del otro, esperando que se conmueva con mi dolor y cambie su actitud, para que haga lo que yo necesito (así lo intenté con mi marido en nuestra última discusión) o me enojo tanto, que de alguna manera busco castigar al otro con mi palabras y actitudes para atacarlo. Al final. mirando mis resultados. no lo logro, lo alejo y solo crece mi dolor.
Cuando me siento ofuscada y herida, no me es tan fácil soltar mi rabia sin un acto reparador del otro y si éste no aparece, siento la traición, abandono e injusticia. Busco una explicación en mi interior y como una escapista profesional busco la forma de salir rápidamente poniéndome como la víctima, yo abandonando. Luego, pienso y siento que “no quiero quedarme sola” y vuelvo a un cierto circulo que mantiene mi dolor lleno de miedos profundos que confunde mi actuar, mi hablar y mi sentir.
Miedos que irrumpen y que parecieran estar atravesando mi vida como una emocionalidad fundante y compleja en búsqueda de certezas y cuidados, tal como cita Echeverría a Nietzsche, al decir que “El miedo es una emocionalidad compleja. Uno de sus rasgos es que tiende a ocultarse, a vestirse de ropajes de otras emocionalidades, lo que hacen difícil descubrirlo” (Echeverría R. , Mi Nietzche, La Filosofía del Devenir y el Emprendimiento, 2013, pág. 178), que en mi caso pudiera ser la victimización y la arrogancia, sombras que ocultan el miedo del abandono y la no valoración.