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En un escrito realizado hace unos días, me encontré con lo siguiente: “Este fin de semana estuvimos de aniversario de matrimonio, cumplimos siete años juntos. Esta vez sería una celebración distinta, yo me sentía que no había mucho que celebrar, han sido días difíciles de mucha discusión y desconfianza de mí hacia él, yo esperaba esa celebración, pero tenía mucho miedo de lo que resultaría.
Debido a tantas discusiones y desencuentros sexuales, yo le pedí que me dejara sola unos días en la playa, sentía que necesitaba calmarme y soltar la emoción de desesperación que sentía al ver que día tras día no pasaban las discusiones, sentía ganas de arrancar, de separarme de él, de no sufrir más, de no despertar el día y comenzar a llorar (eso no me deja hacer otras cosas, no podía trabajar ni concentrarme). Es algo que no me gusta hacer, siento que es verme sufriendo y cada vez que me veo así, me da pena conmigo, me siento desolada y me observo como una mujer triste y ya no quiero ser más así, no quiero estar en el dolor, en ese dolor que me inmoviliza, sintiendo que mi dignidad se comprometía.