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Al momento de que él accedió a irse, sentía que una parte de mí quería que se fuera, pero otra parte tenía susto de que se fuera; pensé que se iría con otra persona o que simplemente, de alguna forma, me estaba abandonando de nuevo y yo solo quería que me abrazara; en esos momentos me decía a mí misma que todo era tan contradictorio, que imagino que ni siquiera él tenía opción de hacer algo diferente.

En el momento en que se fue, lo seguí. Algo dentro de mi quería confirmar que él me estaba engañando, pero al mismo tiempo sentía mucha vergüenza de lo que estaba haciendo y nuevamente me sentí desesperada, sin saber qué hacer y no me gustó verme así. No vi nada, pero me sentí aún más abandonada por mí misma y aún más comprometida mi dignidad.

Creo que, dentro de mí, quiero castigarlo y demostrarle que yo soy víctima de su desamor; me veo como si quisiera estar ahí para terminar con mi desesperación, pero al mismo tiempo siento que tengo miedo a estar sola”.

Todas estas contradicciones, me han hecho pensar en los miedos que me paralizan y las sombras que parecieran emerger desde mi estómago para protegerme y defenderme, dándome cierto aliento de seguridad, pero luego de escucharme cómo me defiendo, siento que no me gusta y me pregunto ¿quién será el cochero que está llevando mi carreta?, ¿cuál de mis miedos, sombras o personajes se está tomando el protagonismo? y me confundo. Es, como lo diría Echeverría en El alma humana, citando a Nietzsche, (Rafael Echeverría, El Alma Humana Según Nietzsche, 2003) “Son los dioses múltiples y diferentes como expresión de las fuerzas que luchan en nuestro interior”. Es como si, al mirarme en mis propias contradicciones y no gustarme lo que observo, pudiera estar siendo un reflejo de reconocerme humana, perfectible y también con capacidad para transformarme. En palabras de Walt Whitman “contengo multitudes”.

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