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Al revisar el modelo mencionado, donde existe la identidad particular y la grupal, continúo dando forma a lo mencionado anteriormente, nuestra forma de ser frente al mundo es permeada por los diferentes sistemas a los que pertenecemos, lo mencioné en el escrito de la dignidad con mucha especificidad y en todo el recorrido de este camino de mostrar mi historia con mi grieta, esos dos espacios crean nuestra forma de ser, que en mi caso, se vio impactada por los diversos sistemas en los que me movía, mi casa, compuesta por un papa amoroso, y entregado a su hogar, poco tolerante, pero colaborador, con la fuerza necesaria para sacar adelante lo que tuviera que hacer, pero con los rezagos en su ser de una formación violenta y poco conciliadora en los pocos años que vivió en su hogar, una madre trabajadora, intelectual, formada desde muy pequeña para la excelencia, una mujer que creció lejos de su hogar dada la necesidad de sus padres de entregarle la mejor educación posible, creció como referente familiar y su nivel de exigencia ante el mundo hace que todo lo que se ejecute se realice de la mejor manera, y mi hermana, una mujer con un carácter fuerte, de “armas tomar”, como decimos en mi país, una persona vigorosa, enérgica, trabajadora, independiente y con un alto estándar de criticidad que quizás pueda llegar a la no aceptación total de lo que suceda a su alrededor. Así que, si empiezo a esbozar mi grieta, desde mi formación en mi primer sistema de vida, se puede encontrar que los niveles de exigencia eran altos, los estándares para ser, vivir y hacer parte, tenían un límite muy alto, tan alto que muchas veces no era suficiente y tocaba dar más y más y más, pero ¿Para qué había que hacerlo? ¿No bastaba con hacer las cosas adecuadamente? ¿Qué implicaba tener que hacer las cosas para destacar? Cada vez que tenía que mostrar resultados, comenzaba a aparecer una frustración grande, dado que me indicaban mis padres que se podía hacer mejor, era comparado por cómo lo hacían otros, permitiendo iniciar un pequeño resentimiento frente a quien era “mejor que yo”, o simplemente había algo que faltaba; así comenzaban a gestarse, desde muy pequeño en mí una tristeza que me acompañaba con una figura de víctima, que permitía que en primera instancia fuera visto, pero con tanta presión de por medio hacía que la rabia fuera esa emoción que acompañara la respuesta a dar, aparecía un victimario ofendiendo, mostrándose desde el fuego, haciendo juicios de valor entre justicia o injusticia por lo sucedido e iniciaba el camino a aislarme, a un espacio para maquinar como volver el ruedo, tomar las herramientas necesarias y volver a aparecer para ser visto de alguna manera.