Читать книгу Sobre hombros de gigantes онлайн
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La sangre de cordón umbilical y la médula ósea de un niño pequeño son dinamita y su poder regenerativo es inmenso. En apenas quince días el injerto de José Tomas ya estaba funcionando y aparecieron los glóbulos blancos neutrófilos, confirmando la cura. Los niños eran muy compatibles y apenas tuvo enfermedad de injerto versus huésped. Los padres estaban infinitamente agradecidos porque todo se había dado de la mejor manera y habían transitado desde un pronóstico sombrío con muy pocas opciones, a un futuro optimista, seguros de que José Tomás estaría bien, que Dios estaba con ellos y con su hijo. Nuestro paciente se fue a casa sin todas las precauciones de contagio que lo limitaban antes del trasplante y por algunos días no tuvo complicaciones. Pero eso no duraría.
A los pocos días Carmen Gloria notó que la orina de José Tomás estaba teñida de sangre y se alarmó cuando comenzó a ver coágulos y a sentir dolor. Lo hospitalizamos inmediatamente, enfrentados a una complicación frecuente después de un trasplante: la cistitis hemorrágica, es decir, una irritación severa de la vejiga urinaria que rompe el revestimiento interno de la misma y sangra de manera difusa. Hasta entonces el culpable era uno de los medicamentos que usamos en el trasplante llamado ciclofosfamida, cuyos productos de desecho irritan la vejiga, pero más tarde se descubrió que estaba asociada a un virus denominado BK que causa este sangrado urinario con coágulos. La uretra de un niño es muy estrecha y los coágulos les duelen mucho al salir. Como el sangramiento es incesante, el dolor es permanente y son pocas las cosas que se pueden hacer para tratarlo.