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¿Por qué este sistema es tan importante para definir el éxito o fracaso de un trasplante? ¿Y si conocemos este mecanismo, podemos hacer algo para utilizarlo en provecho? La respuesta inmune es un proceso muy delicado que determina nuestra identidad biológica y distingue entre yo y los demás. Las células inmunes detectan proteínas ajenas (antígenos) y arman una respuesta bélica que nos permite mantenernos sanos entre el ejército inconmensurable de microorganismos que viven fuera y dentro de nosotros. Gracias a este sistema podemos sobrevivir en la jungla microbiana. Pues bien, uno de los ejes centrales de esta respuesta es la comunicación entre los distintos tipos de células (linfocitos, macrófagos) que identifican la proteína ajena y levantan el ejército para controlar la infección o rechazar el tejido ajeno. Los antígenos HLA están en el meollo de la comunicación intracelular actuando como moléculas de anclaje que permiten a la célula procesar la información y decidir por dónde atacar. Si las células son de distinto origen (donante y receptor) ese anclaje no se realiza y la respuesta inmune o no ocurre o se dispara sin control. Esto lleva a que un trasplantado puede tener su sistema inmune a la vez activado y deprimido. Es complejo navegar estas aguas en las que concurren tantos factores externos e internos. Y en el centro del huracán estas pequeñas proteínas producidas por el sistema HLA. Los que trabajamos en este campo nos tomamos la compatibilidad muy seriamente y la disponibilidad de cada vez más donantes más compatibles se traduce en mejores oportunidades para los pacientes.

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