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Amado de mis entrañas. Has conquistado tu cielo abandonándote en mí. Has entrado a la morada santa, en la que reside tu verdadera mente, unida a tu corazón. Eres santo. Eres la expresión viva de Dios en la tierra y en cielo.

Ha llegado el tiempo en que hagas de la verdad acerca de ti la única verdad que te interese. Créeme cuando te digo que lo que eres hará grandes maravillas en ti y en todo el mundo. En efecto, ya las está haciendo. Pero, por sobre todo, recuerda que las obras del espíritu son para el cielo y no para lo pasajero, aunque se extiendan hacia ello.

Es en el cielo donde reside tu ser, porque el cielo eres tú. Por lo tanto, todo lo que hacemos cuando recordamos la verdad acerca de lo que eres, es recordar donde mora la dulzura, donde vive la ternura. Es decir, donde habitas tú.

Ahora que la paz ha llegado y vives en la verdad, puedes observar los panoramas de la tierra desde el cielo de tu mente santa y responder desde la belleza y serenidad de tu corazón, hasta que llegue el día en que ya no serás visto en un cuerpo, aunque serás recordado por los siglos de los siglos por aquellos que han elegido solo el amor.

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