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I. Mi amor te pertenece

¡Hijo del viento! ¡Hermano del fuego del amor! ¡Qué dicha es tener certeza! ¡Qué alegría es vivir en la verdad!

Ahora el firmamento de tu mente santa está despejado y tú descansas en la eterna paz del Cristo que eres. La paz ha llegado. Finalmente ha llegado.

¡Oh, alegría eterna, júbilo sin igual, gozo de las almas redimidas! Qué dulces son los panoramas del mundo cuando se los mira a través de los ojos del amor. Qué hermosura es cada cosa contemplada cuando es vista con el espíritu y envuelta en el abrazo del amor.

¡Oh, santo Dios, Padre eterno! Qué grandes son tus obras. Todo lo haces bien. Has regalado al hombre la gracia de la divinidad. Has hecho que pueda retornar al amor sin perjuicio de su libertad. Tú, que eres paciente como ninguno y amoroso como no hay otro igual, acepta esta oración que brota de nuestros corazones unidos en espíritu y verdad. Corazones en los que residen todos los que anhelan la paz de todo corazón.

¡Oh, santos desconocidos para el mundo, pero conocidos desde toda la eternidad por mí y por mi padre que está en el cielo! Tenéis muchos motivos para celebrar. Despertad a la alegría de Dios. Vivid conscientemente cada día de vuestras vidas en la dicha del cielo que sois. Cada brizna de viento, cada copo de nieve y cada mirada inocente os hablará de mí. Soy el amor incansable.

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