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Delante de María aparece un libro abierto. ¿Ya lo viste? Lo coloqué justo aquí, de lado izquierdo, encima de mi corazón.

¡Idiotas! Con ello les digo a todas luces, descaradamente, todos los días a todo el mundo, que mi retiro, mi estancia en el convento nunca fue por vocación ni por amor a Dios, sino por amor a las letras y a mis muy queridos libros. Ellos sembraron en mi corazón las emociones más sublimes, las pasiones más bajas. Los libros condenaron mi corazón, pero también lo protegieron, lo custodiaron, lo animaron…

Así que representar el tan glorioso momento de la anunciación no es lo verdaderamente importante, sino dar a los libros el lugar que merecen.

Paralelo al escapulario, se deslizan de mi lado izquierdo las cuentas del santo rosario, el símbolo por excelencia de la emperatriz de los cielos. Rosario: “corona de rosas”, que para mí siempre fue una corona de espinas, un tormento, rezarlo me demanda vocación, portarlo me exige convicción; de ambas carezco. Las cuentas de este instrumento de tortura y sometimiento van casi desde mi cabeza hasta los pies, más que un rosario yo siempre lo he sentido como una cadena.

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