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Sólo utilizando todas aquellas palancas que puedan sacarnos de este ambiente y siendo, no sólo más sabios, sino mejores, nos será posible llegar a ser verdaderos maestros. También aquí experimento ante todo la necesidad de ser sincero, y por ello no soportaré mucho tiempo la atmósfera académicassss1.

A partir de su renuncia Nietzsche vivió, pues, una difícil vida nómada, siempre de ciudad, de pensión en pensión, de país en país, aunque con una especial querencia por el Sur o por los altos parajes de Sils-Maria, «a seis mil pies sobre el nivel del mar y mucho más alto aún sobre las cosas humanas». Tuvo amigos, sí. Algunos tan fugazmente intensos como Richard y Cosima Wagner. Otros más duraderos, como Peter Gast o Malwida von Meysenburg. Cultivó en ocasiones incluso la nostalgia romántica de una comunidad genuina, de cuño más o menos monástico, de artistas y pensadores entregados a la sola búsqueda de la verdad genuina. Algo bien distinto de esa «verdad» que él mismo caracterizó en el opúsculo sobre verdad y mentira en «sentido extramoral» que en 1873 dictó a Gersdoff como «una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes». Y no menos distinto de lo que científicos y eruditos al uso entienden como «verdades provechosas», a las que gustosamente sirven, o tienen en la mente cuando hablan del «impulso a la verdad». Porque: «¿cómo podría existir un impulso al conocimiento frío, puro y sin consecuencias?»

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