Читать книгу Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana). Cinco mujeres desaparecidas y ningún culpable онлайн

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A pesar de que llevaba el abrigo abotonado hasta arriba, se lo ajustó, se levantó el cuello hasta la barbilla y se acomodó los lentes sobre el puente de la nariz. Era una mañana templada de octubre y había gente a su alrededor con pantalones cortos y sudaderas, disfrutando de la brisa y el sol. Rory estaba vestida como para un día frío de otoño: abrigo gris abotonado, cuello levantado, jeans grises y los borceguíes que usaba siempre, aun en verano. Al aproximarse al detective, se bajó la gorra de lana hasta que el borde tocó el marco de los lentes y se sintió protegida.

Sin introducción alguna, se sentó junto a él.

—¡Alabado sea el Señor, pero si es la mismísima dama de gris! —dijo Davidson.

Habían trabajado juntos en tantos casos, que Davidson ya conocía todas las mañas de Rory: no estrechaba la mano de nadie, cosa que él había aprendido después de varios intentos en que su propia mano había quedado flotando en el aire mientras Rory desviaba la mirada. Detestaba encontrarse con personal del Departamento, con excepción de Ron, y no tenía nada de tolerancia a la burocracia. Jamás aceptaba trabajos con límites de tiempo y siempre trabajaba sola. Devolvía los llamados cuando tenía ganas o directamente no lo hacía. Aborrecía la política y si algún funcionario público trataba de poner la atención sobre ella, desaparecía durante semanas. La única razón por la que Ron Davidson toleraba los dolores de cabeza que Rory le provocaba era que su capacidad como reconstructora forense era absolutamente extraordinaria.

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