Читать книгу Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana). Cinco mujeres desaparecidas y ningún culpable онлайн
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Rory apagó las luces al salir del escritorio. Con la casa a oscuras, tomó otra cerveza del refrigerador y se dirigió a su estudio. Este contenía solo luces indirectas posicionadas cuidadosamente. El primer interruptor que accionó le dio vida a los estantes empotrados y a las dos docenas de muñecas antiguas de porcelana sobre ellos. Las tres luces de cada estante, perfectamente alineadas, dejaban a cada muñeca en una combinación perfecta de luz y sombras. El rostro de porcelana de cada una de ellas tenía un brillo mágico que resaltaba la perfección del color y el lustre.
Había exactamente veinticuatro muñecas en los estantes. Cualquier número inferior a ese dejaba un vacío que carcomía a Rory por dentro hasta que lo llenaba. Lo había intentado antes: quitar una muñeca sin sustituirla por otra. El espacio vacío le creaba un desequilibrio mental que no la dejaba dormir ni pensar de manera racional. Ese fastidio continuo desaparecía, según descubrió Rory, cuando llenaba el espacio con otra muñeca para que los estantes quedaran completos. Se había amigado con ese trastorno obsesivo hacía varios años y ya no luchaba contra él. Lo había tenido desde niña, cuando estaba en la casa de la tía Greta contemplando las estanterías llenas de muñecas. La pasión de Rory por la restauración se había originado en su infancia, durante los veranos pasados con Greta, reparando muñecas rotas hasta que quedaban perfectas. Hoy, el estudio de Rory tenía el mismo aspecto desde hacía más de una década y era una réplica de la casa de la tía Greta que recordaba de la infancia, con los estantes llenos de sus restauraciones más triunfales. Sin un espacio libre.