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Y, en medio de ese ritmo desenfrenado, se nos acabó un siglo lleno de horrores autoritarios, deslumbramiento científico, artístico e intelectual. Las primeras décadas del nuevo milenio nos dieron más impulso aún. El tiempo ya no solo volaba, prácticamente desaparecía en medio de nuevos logros sociales, económicos y tecnológicos. Las demandas de los más de siete mil millones de habitantes de este punto casi invisible del universo exigían respuestas concretas ahora.

Y entonces, llega el freno seco y brutal. Yéndonos casi de bruces, hemos pasado los últimos dos años llenándonos de fórmulas, hipótesis y teorías para acostumbrarnos y entender qué es todo esto. Mientras intentamos no enfermar y sobrevivir a la pandemia y con una crisis económica gigantesca que se levanta frente a nosotros, anhelamos salir lo antes posible de algo tan único como inasible: la incertidumbre. Entonces, como los astronautas del Apolo 132, le decimos a alguien esperando que nos escuche y nos de una solución: «Houston, tenemos un problema: llegó el siglo XXI y no tenemos perspectiva temporal para comprenderlo».

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