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XXVIII
Después de la estrofa argumentada, hemos de proceder con la última, es decir, con aquella que comienza: Luego, en la cuarta parte de la vida; por lo cual quiere mostrar el texto lo que hace el alma noble en la última ciudad, es decir, en la Senilidad. Y dice que hace dos cosas: la una, que vuelve a Dios, como al puesto de donde partió cuando vino a entrar en el mar de la vida; la otra es que bendice el camino que ha hecho, porque ha sido recto y bueno y sin amargura de tempestad.
Y aquí se ha de saber que, como dice Tulio en el de Senectud, «la muerte natural es para nosotros como puerto de larga navegación y descanso». Y así como el buen marinero, conforme se acerca al puerto, arría sus velas, y suavemente, con blando movimiento, entra en él, así nosotros debemos arriar las velas de nuestras obras mundanas y volver a Dios con todo nuestro entendimiento y todo nuestro corazón, de modo que se llegue a aquel puerto con toda suavidad y toda paz.
Y con ello tendremos en nuestra propia naturaleza gran enseñanza de suavidad, porque con muerte tal no hay dolor ni amargura alguna; mas del mismo modo que una manzana madura se desprende de las ramas fácilmente y sin violencia, así nuestra alma se parte sin duelo del cuerpo que ha estado. Por lo cual, Aristóteles dice en de Juventud y Senectud que «no hay tristeza en la muerte que llega a la vejez». Y del mismo modo que al que llega de largo camino, antes de que entre por las puertas de su ciudad, le salen al encuentro los ciudadanos de ella, así al alma noble le sale al encuentro, como deben hacerlo, los ciudadanos de la eterna vida.