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Y así lo hacen por sus buenas obras y contemplaciones; porque, habiéndose ya entregado a Dios y abstraídose en las cosas y pensamientos humanos, le parece ver aquellos que cree que están junto a Dios. Oye lo que dice Tulio en boca de Catón el viejo: «Voime con grandísimo afán de ver a nuestros padres que yo amé, y no sólo a ellos, mas también a aquellos de quienes oí hablar». Ríndese, pues, a Dios el alma noble en esta edad, y espera el fin de esta vida con mucho deseo, y le parece salir de la hospedería y volver a su propia casa; le parece salir del camino y volver a la ciudad; le parece salir del mar y volver al puerto.
¡Oh, míseros y viles que a velas desplegadas corréis a este puerto, y allí donde debierais reposar, os rompéis por el ímpetu del viento y os perdéis allí donde tanto habéis caminado! El caballero Lanzarote no quiso entrar ciertamente a velas desplegadas, ni nuestro nobilísimo Latino Guido
Montefeltrano. Antes bien, estos nobles arriaron las velas de las obras mundanas, porque en su edad avanzada se entregaron a la religión, deponiendo todo deleite y obras mundanas. Y no se puede nadie excusar por estar unido en avanzada edad con lazo de matrimonio; porque no se entrega a la religión solamente el que se hace de hábito y vida igual a San Benito, San Agustín, San Francisco y Santo Domingo, sino que también se puede volver a verdadera y buena religión estando en matrimonio, que Dios no quiere que seamos religiosos sino de corazón.