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Es menester, además, a esta edad ser afable, hablar bien y oírlo de grado; porque es bueno hablar bien cuando hay quien le escucha. Y esta edad lleva asimismo consigo una sombra de autoridad, por la cual parece que el hombre la escucha más que a ninguna otra edad más temprana. Qué cosas más bellas y mejores parece que debe saber con la larga experiencia de la vida. Por lo cual dice Tulio en el de Senectud, por boca del viejo Catón: «Se me ha recrudecido la voluntad y el gusto de estar en conversación más de lo que solía».

Y que todas estas cuatro cosas sean necesarias a esta edad nos lo enseña Ovidio en el séptimo de Metamorfoseos, en aquella fábula en que describe cómo Céfalo de Atenas fue al rey Eaco para socorrerle en la guerra que Atenas tuvo con la Creta. Muestra que Eaco fue prudente, cuando, habiendo perdido a casi toda su gente por la peste de la corrupción del aire, recurrió a Dios solamente y le pidió la restauración de la gente muerta; y, por su sentido, que por paciencia lo tuvo y a Dios le hizo volver, le fue devuelto su pueblo en número mayor que antes.

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