Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—¡Mira! —susurró Daisy, y calló unos segundos—. Me gustaría coger una de esas nubes rosa y subirte y empujarte.

Intenté irme entonces, pero no querían ni oír hablar del asunto; quizá se sintieran mejor solos si estaba yo.

—Ya sé lo que vamos a hacer —dijo Gatsby—. Klipspringer va a tocar el piano.

Salió de la habitación gritando «Ewing» y volvió a los pocos minutos acompañado por un joven algo estropeado, aturdido, con gafas con la montura de concha y el pelo ralo y rubio. En aquel momento vestía una camisa deportiva, abierta en el cuello, zapatos con suela de goma y pantalones de dril de un color nebuloso.

—¿Hemos interrumpido sus ejercicios? —preguntó Daisy, muy educada.

—Estaba durmiendo —se quejó mister Klipspringer con un escalofrío de vergüenza—. Es decir, había estado durmiendo. Luego me levanté y…

—Klipspringer toca el piano —dijo Gatsby, interrumpiéndolo—. ¿Verdad, compañero?

—No lo toco bien. No…, casi ni sé tocarlo. Y llevo sin tocar…

—Vamos abajo —lo cortó Gatsby.

Giró un interruptor. Las ventanas grises desaparecieron cuando la casa se inundó de luz.

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