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Y dentro, mientras recorríamos salas de música a la María Antonieta y salones estilo Restauración, tuve la sensación de que había invitados escondidos detrás de cada sofá y cada mesa, con órdenes de guardar silencio, de ni respirar siquiera, hasta que hubiéramos pasado. Cuando Gatsby cerró la puerta de la «Merton College Library», hubiera jurado que oí la risa espectral del hombre de los ojos de búho.

Subimos a la segunda planta, pasamos por dormitorios de época tapizados en seda rosa y color lavanda y vivificados por flores frescas, y vestidores y salas de billar, y cuartos de baño con bañeras empotradas en el suelo, y aparecimos sin permiso en una habitación donde un hombre en pijama, tumbado y despeinado hacía ejercicios para el hígado. Era mister Klipspringer, el Interno. Esa mañana lo había visto deambular angustiado por la playa. Llegamos por fin al apartamento de Gatsby, un dormitorio con cuarto de baño, y un estudio estilo Adam, donde nos sentamos y bebimos un Chartreuse que guardaba en una alacena.

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