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Fue una nueva prueba para los nervios de Ana tener que oírles hablar hasta por los codos del capitán Wentworth, repetir su nombre, rebuscar en sus memorias de los pasados años y por fin afirmar que debía ser, que probablemente sería, que era sin duda el mismo capitán Wentworth, aquel guapo joven que recordaban haber visto una o dos veces después de su regreso de Clifton, sin poder precisar si hacía de eso siete u ocho años. Pensó, sin embargo, que tendría que acostumbrarse. Puesto que el capitán iba a llegar a la comarca, le era preciso dominar su sensibilidad en lo tocante a este punto. Y no sólo parecía que lo esperaban y muy pronto, sino que los Musgrove, con su ardiente gratitud por la bondad con que había tratado al pobre Ricardito y con el gran respeto que sentían por su temple, evidenciado en el hecho de haber tenido seis meses al pobre muchacho Musgrove a su cuidado, quien hablaba de él con grandes aunque no muy bien ortografiados elogios, diciendo que era “un compañero muy vueno y muy brabo, sólo demasiado parecido al maestro de la ezcuela” , estaban decididos a presentársele y a solicitar su amistad en cuanto supiesen que había llegado.

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