Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Las esposas y los maridos por lo general entienden cuándo son vanas las oposiciones. María supo por el modo de hablar de Carlos, que éste estaba absolutamente resuelto a irse y que sería inútil contrariarlo. Por lo tanto no dijo nada hasta que se hubo marchado, pero tan pronto estuvo a solas con Ana, exclamó:
-¡Vamos! Ya nos dejaron solas para que nos las arreglemos con este pobre enfermito y en toda la tarde no vendrá nadie a vemos. Ya sabía yo que esto pasaría. ¡Siempre me ocurre lo mismo! En cuanto sucede algo desagradable puedes estar segura de que van a esfumarse, y Carlos no es mejor que los demás. ¡Qué fresco! Hace falta no tener entrañas para abandonar de este modo a su pobre hijito y decir, encima, que no le pasa nada. ¿Cómo sabe que no le pasa nada o que no puede sobrevenir un cambio repentino dentro de media hora? Nunca creí que Carlos fuera tan desalmado. Ahí lo tienes, largándose a divertirse y yo, como soy la pobre madre, no tengo derecho a moverme. Pues por cierto que yo soy la menos capaz de atender al chico. El hecho de que sea su madre es una razón para que no se pongan mis sentimientos a prueba. No puedo resistirlo. Ya viste qué nerviosa me puse ayer.