Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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-Pero no fue más que el efecto de tu súbita alarma, de la impresión. Ya no volverás a ponerte nerviosa. Estoy casi segura de que no ocurrirá nada que nos inquiete. He comprendido muy bien las instrucciones del doctor Robinson y no tengo ningún temor. No me extraña la actitud de tu marido. Cuidar a los chicos no es cosa de hombres; no es asunto de su incumbencia. Un niño enfermo debe estar siempre al cuidado de su madre, sus propios sentimientos se lo imponen.

-Creo que quiero a mis hijos como la que más, pero no que sea más útil yo a la cabecera que Carlos, porque no puedo estar todo el tiempo regañando y contrariando a una pobre criatura cuando está enferma; ya has visto esta mañana: bastaba que le dijera que se estuviese quieto para que empezara a agitarse. Yo no puedo soportar estas cosas.

-Pero, ¿estarías tranquila si te pasaras toda la tarde lejos del pobre niño?

-Sí; ya viste que su padre lo está; ¿por qué entonces yo no? ¡Jemima es tan diligente! Nos podría enviar información acerca del estado del chico a cada hora. Carlos podía haber dicho a su padre que iríamos todos. Carlitos ya no me inquieta tanto; lo mismo que a él. Ayer estaba asustadísima, pero las cosas han cambiado mucho hoy día.

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