Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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La misma escena y los mismos arrebatos se repitieron cuando las dos muchachas volvieron con su padre al caer de la tarde, para saber cómo seguía el niño. El señor Musgrove, disipada su primera inquietud por su heredero, confirmó las alabanzas al capitán y manifestó su esperanza de que no hubiera necesidad de aplazar la invitación que le habían hecho, lamentando únicamente que los de la quinta de seguro no querrían dejar al niño para asistir también a la cena.
-¡Oh, no! ¡Nada de dejar al chico!
El padre y la madre estaban demasiado afectados por la seria y reciente alarma para poder ni siquiera considerarlo una posibilidad. Y Ana, con la alegría de volver a librarse, no pudo menos que añadir sus calurosas protestas a las de ellos.
Sin embargo, Carlos Musgrove manifestó más tarde deseo de ir. El chico iba tan bien y él tenía tantas ganas de que le presentaran al capitán Wentworth, que tal vez iría a reunirse con ellos por la tarde; no quería cenar fuera de casa, pero podía ir a dar un paseo de media hora. Al oír esto, su mujer puso el grito en el cielo: