Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Como el rostro de él no pareciera afligido, sino, por el contrario, halagado por esta alusión, Ana se atrevió a proseguir, y consciente del derecho que le daba una mayor madurez mental, se animó a recomendarle que leyera más obras en prosa, y al preguntarle el joven qué clase de obras, sugirió ella algunas obras de nuestros mejores moralistas, algunas colecciones de nuestras cartas más hermosas, algunas memorias de personas dignas y golpeadas por el dolor, que le parecieron en ese momento indicadas para elevar y fortificar el ánimo por medio de sus nobles preceptos y los ejemplos más vigorosos de perseverancia moral y religiosa.

El capitán Benwick escuchaba con toda atención y parecía agradecer aquel interés, y a pesar de que con una sacudida de la cabeza y algunos suspiros expresó su poca fe en la eficacia de tales lecturas para curar un dolor como el suyo, tomó nota de los libros recomendados, prometiendo obtenerlos y leerlos.

Al finalizar la velada, Ana no pudo menos que pensar con ironía en la idea de haber ido a Lyme a aconsejar paciencia y resignación a un joven que nunca había visto; ni pudo dejar de pensar, reflexionando más seriamente, que semejando a grandes moralistas y predicadores, había sido ella muy elocuente sobre un punto en el que su propia conducta dejaba algo que desear.

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