Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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-¡Oh, Dios! ¡Su padre y su madre!

-¡Un cirujano! -dijo Ana.

El escuchó la palabra y su ánimo pareció renacer de pronto, diciendo solamente:

-¡Un cirujano, eso es, un cirujano!

Se dispuso a partir, cuando Ana sugirió:

-¿No será mejor que vaya el capitán Benwick? El sabe dónde encontrar un cirujano.

Cualquiera capaz de pensar en aquellos momentos había comprendido la ventaja de la idea, y al instante (todo esto pasaba vertiginosamente) el capitán Benwick había soltado en brazos del hermano la pobre figura desmayada y partía a la ciudad a toda prisa.

En cuanto a los que quedaron, con dificultad podría decirse de los que conservaban sus sentidos, quién sufría más, si el capitán Wentworth, Ana o Carlos, quien siendo en verdad un hermano cariñoso, sollozaba amargamente y no podía apartar los ojos de sus dos hermanas más que para encontrar la desesperación histérica de su esposa, quien reclamaba de él consuelo que no podía prestarle.

Ana, atendiendo con toda su fuerza, celo e instintos a Enriqueta, trataba aún a intervalos, de animar a los otros, tranquilizando a María, animando a Carlos, confortando al capitán Wentworth. Ambos parecían contar con ella para cualquier decisión.

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