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No habían salido de Cobb, cuando los Harville se les reunieron. Habían visto pasar a toda prisa al capitán Benwick con un rostro descompuesto, y habían sido informados de todo mientras se encaminaban al lugar. No obstante la conmoción, el capitán Harville conservaba sus nervios y su sentido común, que desde luego se volvían inapreciables en el momento. Una mirada cambiada entre él y su esposa resolvió lo que debía hacerse. La llevarían a casa de ellos - todos debían ir a su casa- y esperar allí la llegada del doctor. No querían oír ninguna excusa; fueron obedecidos. Luisa fue llevada arriba siguiendo las indicaciones de la señora Harville, quien le proporcionó su propio lecho, su asistencia, medicinas y sales, mientras su esposo proporcionaba calmantes a los demás.

Luisa había abierto una vez los ojos, pero volvió a cerrarlos; parecía del todo inconsciente. Esta prueba de vida había sido, sin embargo, útil a su hermana. Enriqueta, absolutamente incapaz de permanecer en el mismo cuarto con Luisa, entre el miedo y la esperanza, no podía recobrar sus sentidos. María, por su parte, parecía calmarse poco a poco.

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