Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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-¡Ana!, ¡Ana! -clamaba Carlos-, ¿qué debemos hacer después? Por Dios, ¿qué debemos hacer?

Los ojos del capitán Wentworth estaban también vueltos a ella.

-¿No es mejor llevarla a la posada? Sí, llevémosla suavemente hasta la posada.

-Sí, sí, a la posada -repitió el capitán Wentworth, algo aliviado, y deseoso de hacer algo-. Yo la llevaré, Musgrove, encárguese usted de los demás.

Por entonces, el rumor del accidente había corrido entre los pescadores y boteros de Cobb,, y muchos se habían acercado a ofrecer sus servicios, o a disfrutar de la vista de una joven muerta, mejor dicho, de dos jóvenes muertas, que eso parecían, lo que por cierto era una cosa poco usual, digna de ser vista y repetida. A los que tenían mejor aspecto les fue confiada Enriqueta, quien, a pesar de haber vuelto algo en sí, no era aún capaz de caminar sin apoyo. Así, con Ana a su lado y Carlos atendiendo a su esposa, se pusieron en marcha con sentimientos inenarrables, sobre el mismo camino por el que hacía tan poco, ¡tan poco!, habían pasado con el corazón rebosante.

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