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Ana jamás se había sometido de más mala gana a los celos y malos juicios de María, pero así debía hacerse. El capitán Benwick, acompañándola a ella y Carlos a su hermana, partieron en dirección al pueblo. Recordó por un momento, mientras se alejaban, las escenas que los mismos parajes habían contemplado durante la mañana. Allí había oído ella los proyectos de Enriqueta para que el doctor Shirley dejase Uppercross; allí había visto la primera vez a Mr. Elliot; todo ahora desaparecía ante Luisa, para aquellos que se vieran envueltos en su accidente.

El capitán Benwick era muy atento con Ana y, unidos por las angustias pasadas durante el día, ella sentía inclinación hacia él y hasta cierta satisfacción ante el pensamiento de que ésta era quizás una ocasión de estrechar su conocimiento.

El capitán Wentworth los esperaba, y un coche para cuatro, estacionado para mayor comodidad en la parte baja de la calle, estaba también allí. Pero su sorpresa ante el cambio de una hermana por la otra, el cambio de su fisonomía, lo atónito de sus expresiones, mortificaron a Ana, o mejor dicho, la convencieron de que tenía valor solamente en aquello en que podía ser útil a Luisa.

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