Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Ana se preguntó si no pensaría él que muchas veces vale más un carácter persuasivo que la firmeza de un carácter resuelto.

Viajaban a toda velocidad. Ana se sorprendió de encontrar tan pronto los mismos objetos y colinas que suponía más distantes. La rapidez de la marcha y el temor al final del viaje hacían parecer el camino mucho más corto que el día anterior. Estaba bastante oscuro, sin embargo, cuando llegaron a los alrededores de Uppercross; habían guardado silencio por cierto tiempo. Enriqueta se había recostado en el asiento con un chal sobre su rostro, llorando hasta quedarse dormida. Cuando ascendían por la última colina, el capitán Wentworth habló a Ana. Dijo con voz recelosa:

-He estado pensando lo que nos conviene hacer. Ella no debe aparecer en el primer momento. No podría soportarlo. Me parece que lo mejor es que se quede usted en el coche con ella, mientras yo veo a los señores Musgrove. ¿Le parece a usted una buena idea?

Ana asintió; él pareció satisfecho y no dijo más. Pero el recuerdo de que le hubiera dirigido la palabra la hacía feliz; era una prueba de amistad, una deferencia hacia su buen criterio, un gran placer. Y a pesar de ser casi una despedida, el valor de la consulta no se desvanecía.

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