Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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—Yo conocía a un tal Bill Biloxi, de Memphis —señalé.
—Era su primo. Me contó toda la historia de la familia antes de irse. Me regaló un putter de aluminio que uso todavía.
La música se había extinguido cuando empezó la ceremonia y en aquel momento nos llegó por la ventana una larga ovación, seguida por gritos intermitentes de «Sí, Sí, Sí», y, por fin, una explosión de jazz que marcó el comienzo del baile.
—Nos estamos haciendo viejos —dijo Daisy—. Si fuéramos jóvenes, nos levantaríamos y nos pondríamos a bailar.
—Acuérdate de Biloxi —la previno Jordan—. ¿Dónde lo conociste, Tom?
—¿Biloxi? —hizo un esfuerzo para concentrarse—. Yo no lo conocía. Era amigo de Daisy.
—No —dijo Daisy—. Yo no lo había visto en mi vida. Llegó en uno de los vagones alquilados.
—Bueno, él dijo que te conocía. Decía que se había criado en Louisville. Asa Bird nos lo trajo a última hora y preguntó si teníamos sitio para él.
Jordan sonrió.
—Probablemente quería volver a casa de gorra. Me dijo que era presidente de vuestro curso en Yale.