Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—Nunca lo he querido —dijo con evidente reticencia.

—¿Ni siquiera en Kapiolani? —preguntó Tom de repente.

—No.

Del salón de baile, entre oleadas de aire caliente, nos llegaban acordes apagados y sofocantes.

—¿Ni el día que te llevé en brazos desde el Punch Bowl para que no se te mojaran los zapatos, Daisy? —había una ternura ronca en su tono.

—Por favor, basta —la voz sonó fría, pero el rencor había desaparecido. Miró a Gatsby—. Ya ves, Jay —dijo, pero le temblaba la mano cuando intentó encender un cigarrillo. De pronto tiró el cigarrillo y la cerilla encendida a la alfombra—. ¡Pides demasiado! —le gritó a Gatsby—. Te quiero, ¿no es suficiente? No puedo borrar el pasado —empezó a sollozar sin poder contenerse—. Lo he querido, pero también te quería a ti.

Los ojos de Gatsby se abrieron y se cerraron.

—¿También me querías a mí? —repitió.

—Incluso eso es mentira —dijo Tom despiadadamente—. Ni siquiera sabía si usted seguía vivo. Hay cosas entre Daisy y yo que usted no conocerá jamás, cosas que ninguno de los dos olvidará nunca.

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