Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Las palabras parecían morder en el cuerpo de Gatsby.
—Quiero hablar a solas con Daisy —insistió—. Ahora está demasiado alterada…
—Ni siquiera a solas puedo decir que nunca he querido a Tom —admitió Daisy con la voz quebrada—. No sería verdad.
—Por supuesto que no —convino Tom.
Daisy se volvió hacia su marido.
—Como si eso te importara —dijo.
—Por supuesto que me importa. Voy a cuidar mejor de ti de ahora en adelante.
—No ha comprendido usted —dijo Gatsby con una sombra de pánico—. No volverá a cuidar de ella.
—¿No? —Tom abrió los ojos de par en par y se echó a reír. Ya no tenía problemas para controlarse—. ¿Y eso por qué?
—Daisy va a dejarlo.
—Tonterías.
—Pues es verdad —dijo ella con evidente esfuerzo.
—¡Ella no va a dejarme! —las palabras de Tom cayeron súbitamente sobre Gatsby—. Y, desde luego, no por un vulgar estafador que tendría que robar el anillo que le pusiera en el dedo.
—¡Esto es insoportable! —gritó Daisy—. ¡Vámonos, por favor!
—Porque ¿quién es usted a fin de cuentas? —remató Tom—. Uno de la pandilla que rodea a Meyer Wolfshiem, por lo que he podido saber. He investigado un poco en sus asuntos, y mañana seguiré.