Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—Siempre nos vamos los primeros.

—Y nosotros.

—Bueno, esta noche somos casi los últimos —dijo uno de los hombres tímidamente—. La orquesta se fue hace media hora.

A pesar de que las mujeres coincidieran en que tanta malevolencia resultaba inconcebible, la discusión terminó en un breve cuerpo a cuerpo, y las dos mujeres fueron levantadas en volandas y, pataleando, desaparecieron en la noche.

Mientras esperaba en el vestíbulo a que me dieran el sombrero, la puerta de la biblioteca se abrió y Jordan Baker y Gatsby salieron juntos. Él decía una última frase, pero la ansiedad que demostraba se ciñó precipitadamente al más estricto formalismo cuando varias personas se le acercaron para despedirse.

El grupo de Jordan la llamaba con impaciencia desde el porche, pero se entretuvo un momento para darme la mano.

—Acabo de enterarme de algo asombroso, lo más asombroso que he oído nunca —murmuró—. ¿Cuánto tiempo hemos pasado ahí dentro?

—Una hora, más o menos.

—Ha sido… simplemente asombroso —repitió, abstraída—. Pero he jurado no decírselo a nadie, y aquí me tienes, tentándote con lo que no puedo darte —me bostezó en la cara con mucha elegancia—. Ven a verme, por favor… Guía de teléfonos… El número de mistress Sigourney Howard… Mi tía… —se iba deprisa mientras hablaba, y su mano morena me hizo un alegre saludo cuando en la puerta se fundió con el grupo.

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