Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Sus hermanas sabían bien dónde la encontrarían. Por eso fueron directamente al estudio, donde trabajaban madre e hija. Bess se afanaba retocando un busto de un niño. Amy estaba terminando otro busto, el de su marido.

Podría decirse que el tiempo no había dejado huella en Amy. Después de diez años, sólo gracias a la felicidad vivida podía conservarse tan bella y joven. Era una dama muy distinguida. Por su posición e inclinación había adquirido una gran cultura. Tanto en los modales, en el gesto, en el hablar, como en el vestir elegante y sencillo, revelaba la delicadeza de sus gustos y un innato refinamiento.

Bess era el vivo retrato de su madre. De ella había heredado la bella figura de Diana cazadora, sus ojos azules, la blancura de su cutis y el fino y dorado pelo. Esta belleza se completaba con una naricilla correcta y una boca de perfecto trazo, que recordaban las de su padre. Vestida como estaba, con la sencilla blusa de trabajo, resultaba encantadora.

Jo entró alegremente en el estudio:

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