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Sí, Alfonso X fue forjador de su destino como rey y como hombre. Aunque también, una pieza de las fortuitas jugadas de un destino que pretendía gobernar.

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Constelación familiar

Bajo el signo de Sagitario

Probablemente el otoño toledano ya se confundía con los primeros rumores del invierno. En el Alcázar de Toledo –situado en lo más elevado de la ciudad, no muy lejos de una de las márgenes del río Tajo–, las hogueras caldeaban cada estancia. Pero en ninguna el calor se concentraba como en la recámara principal. Ahí, donde varias personas se habían congregado en torno a una mujer que exigía toda la atención.

En la cama, la reina Beatriz se preparaba para dar a luz a su primer hijo siguiendo las indicaciones de una experta comadrona, asistida por dos sirvientas. Sin intervenir, aunque como siempre en alerta, a pasos del lecho se hallaba su suegra: doña Berenguela. A pudorosa distancia de la parturienta, entre un grupo de hombres circunspectos, destacaba la ansiedad del rey Fernando III de Castilla. Era el padre de la criatura que se demoraba en abandonar aquel vientre; murmuraba un ruego a la Virgen María: anhelaba que su primogénito naciera varón, sobreviviera al parto y lograra alcanzar la edad para convertirse en su sucesor.

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