Читать книгу Panza de burro онлайн

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Isora se tomó la gotita de café que le quedaba a la taza de la que estaba bebiendo doña Carmen y, directa, alargó el brazo para coger el vasito que la vieja había servido con anís del mono. Isora eructó, eructó como cinco veces seguidas. Y luego bostezó. Y en ese momento, doña Carmen la agarró por la barbilla y le miró los ojos, aquellos ojos verdes como uvas verdes. Escarbaba en sus ojos lagrimosos como quien saca agua de una galería. La vieja se quedó asustada: miniña, tú sabes si alguien te tiene envidia? Isora permaneció inmóvil. Por qué doña Carmen? Qué pasó? Miniña, tú tienes mal de ojo. Vete por Dios a cas Eufracia a que te santigüe. Díselo a tu abuela, que ella sabe desas cosas y que te lleve a echarte un rezado.

Al salir por la puerta estaba puesta la novela de las cinco. A esa hora del día, una cubierta de nubes enorme se posaba sobre los tejados de las casas del barrio. Ya no daban Pasión de Gavilanes, ahora daban La mujer en el espejo. La protagonista era la misma mujer que Gimena la de Pasión, pero a Isora y a mí no nos gustaba tanto. Era junio, en el barrio todavía no habían puesto los papelitos de colores de las fiestas y faltaba mucho para que los pusieran. Desde la ventana de la entradita de doña Carmen se podían ver el mar y el cielo. El mar y el cielo que pare-cían la misma cosa, la misma masa gris y espesa de siempre. Era junio pero podía haber sido cualquier otro mes del año, en cualquier otra parte del mundo. Podía haber sido un pueblo de monte del norte de Inglaterra, un lugar en el que casi nunca se viera el cielo abierto y azul azul, un sitio en el que el sol fuera más bien un recuerdo lejano. Era junio y hacía solo un día que las clases habían terminado, pero yo ya estaba sintiendo ese agotamiento inmenso, esa tristeza de nubes bajas sobre la cabeza. No parecía verano. Mi padre trabajaba en la costrusión y mi madre limpiando hoteles. Trabajaban en el Sur y a veces mi madre también iba a limpiar las casas rurales del barrio, al ladito mi casa, en El Paso del Burro. Salían temprano pal Sur y volvían tarde. Isora y yo nos quedábamos encerradas en un conjunto de casas, pinos y calles empinadas en lo alto del pueblo. Era junio y yo ya estaba sintiendo la tristeza. Y ahora, ahora también el miedo.

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