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—¡No repitas esa oración de chapa en cubierta! —le respondo, mientras recuerdo aquella vez cuando nos abordó uno disfrazado de vendedor de rosas.

Así que la abrazo y muerdo una de sus orejas, intentando hacerla olvidar de lo visto.

Ven, le digo, mientras tomo una de sus manos y retomamos la marcha, hacia el mar, en busca de todo olvido terrenal, con la esperanza de hallar algún delfín moribundo, arrastrado hasta la orilla. Algo que nos desligue de este espacio deprimente.

Secretos para no dormir en paz

Eso de enseñarle a Noemí más penes jamás fue mi intención, además del mío su expectación no debía pasar el límite, por respeto al amor y la fidelidad. Así que cuando ese par de mexicanos se bajaron, cada uno encargándose del otro, los bóxeres blancos y dejaron al aire sus paquetes, me enfermó tal situación, pero no porque se habían desnudado en escenario sino por el egoísmo y la falta de solidaridad y equidad que el grupo de danza demostraba para con el público masculino.

Dónde estaban los senos y vulvas de las bailarinas que acompañaban al par de atrevidos, por qué negarse a la complacencia del público masculino que necesitaba más que un par de senos o movimientos sugestivos de parte de ellas. Dónde sus ocultas aberturas esperando nuestra expectación. No era justo, porque mientras muchas señoras frustraban el grito de alegría ante el par de penes, y otras suspiraban añorando no solo estar con uno de los bailarines sino con ambos, nosotros que nos muriésemos de envidia, que nos carcomiera el deseo por alguna de las bailarinas vestidas, que nos arrinconáramos en la pura imaginación de sus sexos, del espesor o carencia de su pubis y del color de sus pezones, salvo de una que no había sido descortés con nuestras ansias.

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