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Zhi se dirigió despreocupadamente hacia las escaleras, con el aire que había aprendido de su padre. Antes de avanzar, un grito sonó por encima de su cabeza en el tercer piso. Zhi se congeló. Sabía que no debía dar un paso atrás. No podía hacer mucho más que esperar y rezar para que la bestia de arriba no se moviera.

Una mujer pequeña, con el pelo oscuro y liso, y unos ojos anchos como los de una mujer, salió de una habitación. Tenía un aspecto delicado y frágil, vestida con una blusa de seda de color rojo intenso y cuello mandarín. Estableció un breve contacto visual con Zhi, y éste vio los mismos ojos grises como los suyos que le devolvían la mirada.

Sin palabras, se comunicó un mensaje de madre a hijo. Zhi asintió con la cabeza mientras su madre desaparecía por encima de la escalera para ocuparse del monstruo, mientras él bajaba para ocuparse del visitante inesperado.

Cuando llegó a la escalera inferior, los gruñidos de arriba cesaron. Zhi dejó escapar un suspiro de alivio. La bestia estaba apaciguada. Por ahora.

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