Читать книгу Regreso a mí. Vivir una menopausia consciente онлайн
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No sé por qué elegí la ginecología como especialidad. Quizá porque ya vibraba en mí esta sensación que tengo hoy acerca de lo que representan los vaivenes emocionales y fisiológicos en la vida de una mujer. Hice mi residencia como médica en tocoginecología en la Policlínica Bancaria de Buenos Aires. Resonaba en mí el mandato materno de “Tenés que hacer algo que dé plata”. Por entonces, la obstetricia era más rentable que la ginecología, así que tomé ese camino, a pesar de que no me simpatizaba demasiado. Me casé con el que hoy sigue siendo mi compañero. En ese momento era la única salida que teníamos “las mujeres” para abandonar la casa parental: casarnos con papeles.
Duré poco en la obstetricia. Terminé mi residencia, hice un año de guardias y dejé. No podía con eso. Me emocionaba, me conmovía cuando participaba del trabajo de parto, del alumbramiento, de las cesáreas. No lo podía superar. Está bien que los médicos seamos empáticos, pero cuando estamos en una urgencia o tenemos que operar o decidir hacer una cesárea o usar un fórceps, tenemos que poner la mente en frío y actuar, disociar la razón de la emoción, como cuando un cirujano abre un tórax o un bombero salva a una víctima en un incendio. Debemos actuar con disociación instrumental operativa, saludable para el médico y la paciente. No me salía. Y ahí empecé terapia.