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Con Isabel San Sebastián, descubrí que me atraía mucho hacer consultorio. Ella era una médica diferente. Atendía a adolescentes en su consultorio de ginecología infanto-juvenil de la Policlínica Bancaria. Ninguno de mis compañeros quería ir a ese consultorio porque de allí no salían pacientes para operar, y el médico en formación de una especialidad quirúrgica quiere eso: operar. A mí me fascinaba ese consultorio: se hablaba del curso de la vida, de la relación madre-hija (una tortura en mi vida), de sexualidad, de salud y prevención. Era como una sesión de terapia.

Ahí fue cuando dije, con certeza, “Yo quiero dedicarme a esto”. Ingresé en la Sociedad de Ginecología Infanto-Juvenil (SAGIJ) gracias a Isabel y empecé a estudiar Sexología en la UBA. Para entonces, había nacido mi primera hija, deseada y buscada, pero no había estudiado “maternidad”. ¡¡Qué cambio!!

Estudiar sexología en esos tiempos era de avanzada. Me enfrentaba a un mundo más “psi” que “bio”. En paralelo, empecé a formarme en psicoterapias varias.

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