Читать книгу ¿A dónde van las estrellas cuando mueren? онлайн

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Hace pocos años, los astrónomos descubrieron con sus telescopios dos planetas más que no se pueden ver a simple vista. El telescopio, por cierto, es como el catalejo de un pirata, pero mucho mejor: con él se pueden ver las cosas más grandes de lo que se ven a simple vista, y también cosas que están tan lejos que sin él serían imposibles de ver.

Así que el Sol tiene ocho planetas en total que giran a su alrededor, como ocho perritos redondos a los que siempre ordena a dónde ir y a los que mandar algún escarmiento si se portan mal. Nosotros somos como las pulgas en la piel de uno de ellos; en el tercero para ser exactos, que llamamos planeta Tierra. En los otros siete no vive nadie, que sepamos, porque hace demasiado calor o demasiado frío; y todos se pueden ver, a veces, de noche, entre las estrellas del zodíaco: Mercurio se observa —aunque es bastante difícil— muy pegadito al Sol en atardeceres o amaneceres; Venus es el más brillante y se empieza a ver antes que ninguna otra estrella por donde el Sol se está poniendo, o justo antes del amanecer por donde el Sol va a salir; la Tierra es nuestro hogar, el tercer planeta; Marte es de color rojo intenso —este es justamente el que ahora veo brillar en la constelación de Libra—; Júpiter es el más brillante después de Venus y se suele ver bien entrada la noche; y el pobre Saturno, a primera vista, no resalta mucho con respecto al resto de las estrellas, aunque mirándolo a través de un telescopio es el más bonito de todos, porque tiene unos preciosos anillos que lo rodean.

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