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No obstante, he de responder. Y lo haré, porque creo que si algo merece ser traído a los foros para su revisión, son aquellos conceptos que nos acompañan como si hubiesen existido desde siempre. «Cuidad de no ser aplastados por una estatua», advertía Nietzsche. Se refería a las ideas. Con el uso, las palabras tienen tendencia a perder su relación con lo que significan y, cuando esto ocurre, se convierten en ideas que trasladan ilegítimamente al ámbito moral el uso que de ellas hacíamos legítimamente en el ámbito práctico. Cargadas de valor, entonces, su solidez es aplastante.

Lo que llamamos cultura, en esta sociedad nuestra cuyos parámetros exportamos al resto del mundo, se asemeja mucho al patio de un palacio, lleno de estatuas colocadas sobre pedestales inestables a los que apuntalamos como podemos para que el patio –y el palacio– continúen abiertos al público. Una de estas estatuas es el Arte que, como el Laocoonte, se yergue formando un trío entre la Creación y el Artista.

¿Qué significa crear? ¿Qué cometido tiene el poema? ¿Qué cometido tienen las artes actualmente? ¿Siguen teniendo ahora, como la tuvieron antiguamente, una función social o se han convertido en uno de esos bienes que los Gobiernos protegen por miedo a quedarse sin ese suelo cultural que diferencia a los pueblos y que por tanto legitima los Estados? ¿Qué necesidad o qué placer satisfacen las artes? ¿Qué se espera de ellas? ¿Qué esperamos del poema?

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