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«Un corazón allí (là-bas), entre los senderos o las autopistas, fuera de tu presencia, humilde, a ras de tierra, muy bajito (tout bas). Reitera murmurando: no repite jamás…».

Un corazón «allí» (un coeur là-bas), pero también un corazón que allí late (un coeur là bat), que late allí, fuera de nuestra presencia, fuera del cuerpo, en la autopista. El latido que expresa, que inaugura y expone el compás entre el dentro y el fuera, entre el sí mismo y… el otro.

«Lo poético, digámoslo, sería aquello que deseas aprender, pero del otro, gracias al otro y al dictado». El dictado… ¿Quién dicta? El otro. ¿Qué otro? «Un poema, yo no lo firmo jamás. El otro es el que firma. El yo tan sólo está cuando aparece ese deseo: aprender de memoria».

«Yo es otro», escribía Rimbaud…

El otro. El otro que soy cuando no me soy. Eso que sabe más allá del mí. Porque el mí se construye; el otro no. ¿Qué es lo que el otro sabe? ¿Qué es lo que cela, lo que recela su presencia?

Antes, mucho antes de esta época nuestra, el otro era un inspirado por los dioses, en Grecia era un ser enthusiasmado (en-theós), poseído por un dios. Aun ahora, en lugares como India o como Siria, el poeta sigue conservando el aura de los seres elegidos, es un mediador. Elegido pero anónimo, porque lo que importa es el poema.

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