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El poema, no el sujeto; no lo había en los inicios. El sujeto es el mí que se pone, que se pro-pone frente-a. Y entonces las cosas, los otros (los de-más) vienen a ser objetos. El sujeto es el mí bien construido, una retícula personal, retículas sostenidas entre todos.

¿Respondería el erizo derridiano a una teoría de la revelación? Eso pensé al principio: el dictado. El poema que, recogido, entrañado, hace el corazón, lo des-cubre. Corazón-memoria. Corazón antiguo. Algo se reconoce: «¡Esto era!», exclamamos. A-sentimos. No sabíamos que lo sabíamos. El poema no nos enseña nada que no sepamos ya. El poema sólo des-cubre. ¿Qué es lo que des-cubre? ¿Qué es lo que re-vela? Porque no hay descubrimiento sin revelación (en las artes como en la ciencia), y toda revelación es un volver a velar. ¿Qué es lo que se vela?

El universo metafórico de los velos (el desvelar y el revelar) necesita un cuerpo. Tal cuerpo habrá de ser distinto de la vestimenta que lo cubre. ¿Cumple el erizo con este requisito? Me parece que no. Y de ser así, no está en su sitio en esta primera parte. Tampoco lo estará en la segunda.

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