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Estos tres enfoques, por supuesto, tienen su historia. Pero están presentes en la actualidad, y esto es lo que nos interesa ahora.

I. El erizo y el ermitaño

Como ejemplo actual de la primera modalidad, me gustaría traer aquí a un pequeño personaje, un erizo, el erizo poemático de Jacques Derrida.

Lo que encierra el poema

En un escrito breve,1 diríase que un texto-poema acerca del poema, Derrida habla de ello como de un erizo arrojado al camino, un erizo que se hace un ovillo cuando ve venir la muerte y, justamente por eso, está expuesto a ella, expuesto a ser arrollado en la autopista. «Uno quisiera tenerlo en las manos, aprenderlo y comprenderlo, guardarlo para sí, junto a sí». Pero «no se está quieto en los nombres, ni siquiera en las palabras», el poema. «Cosa más allá de las lenguas», ovillado, «más en peligro que nunca en su refugio: cree defenderse, y se pierde». Se nos pierde. Y para evitarlo, «nace en ti el sueño de aprenderlo de memoria (d’apprendre par coeur). De dejarte atravesar el corazón por el dictado. De un trazo (d’un trait), y es lo imposible, y es la experiencia poemática. Aún no sabías el corazón; lo aprendes así. Con esta experiencia y con esta expresión. Llamo poema a aquello mismo que enseña (qui apprend) el corazón, a aquello que inventa el corazón».

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