Читать книгу La baba del caracol онлайн

11 страница из 14

Propongo que nos olvidemos un momento del erizo (lo recuperaremos después) y que nos traslademos de los campos a los parajes costeros para seguir a un cangrejo ermitaño.

Como aquél, también el ermitaño parece un ser tímido y vulnerable. Cuando lo cogemos se interna dentro de su concha, una concha de mil volutas, una espiral de vías recónditas. Si abrimos la mano y nos inmovilizamos, al cabo de un rato le vemos asomarse. Nos hace frente y recula sin dejar de mirarnos.

Pero lo más extraño, lo que me llama la atención sobre este animal es que, en realidad, esa concha en la que se retrae no le pertenece; es la concha de un molusco muerto. Y es que, a diferencia de los demás cangrejos, tiene el abdomen blando y necesita protegerse. Es uno de los pocos animales que practican esa variedad de comensalismo a la que se ha dado el nombre de tanatocresis. El ermitaño es un ser frágil que sabe adaptar su cuerpo a las volutas de la concha que le conviene. No puede vivir sin una concha. Cuando se le queda estrecha, va en busca de otra, en la que vuelve a enroscarse.

Правообладателям