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En esas circunstancias ocurre una escena clave, por la que Riccardo toma consciencia de la importancia del amor conyugal. Ocurrió cuando visitó la casa de un empresario que lo había contratado. Estaban comiendo, cuando Riccardo observó algo que le llamó profundamente la atención y le hizo reflexionar sobre la trascendencia de la mirada del amor. Así describe el protagonista el caso: “Luego, la criada cambió los platos y yo, por romper el silencio, le formulé una vaga pregunta a Pasetti (el empresario) sobre sus proyectos inmediatos. Él me contestó con su voz fría, precisa y mezquina, en la que la falta de imaginación y la modestia parecían inspirar no solo la elección de las palabras, sino también la de las más leves entonaciones. Yo callaba, porque los proyectos de Pasetti no me interesaban y porque, aunque me hubieran interesado, su voz monótona y descolorida habría conseguido que los aborreciera. Como sea que mis ojos fastidiados erraban de un objeto a otro sin hallar nada que retuviera mi atención, se detuvieron en el rostro de la mujer de Pasetti, quien, con la mano en el mentón, estaba escuchando también a su marido; la mirada fija en él, como de costumbre. Fue entonces, mirando aquel rostro, cuando me impresionó la expresión de sus ojos: amorosa, lánguida, con una mezcla de admiración sumisa, de gratitud sin reservas, de enamoramiento físico y timidez casi melancólica. La expresión me dejó intrigado, quizá porque el sentimiento que transmitía era para mí un completo misterio: Pasetti, tan descolorido, tan canijo, tan mediocre, tan visiblemente privado de las cualidades que pueden gustar a una mujer, parecía un objeto indigno de atención semejante. Luego, me dije que todo hombre acaba por encontrar a la mujer que lo quiere y lo aprecia, y que juzgar los sentimientos de los demás partiendo de los propios es un error. Sentí simpatía por ella, tan devota de su hombre, y complacencia por Pasetti, hacia el que, como ya he dicho, sentía una especie de amistad irónica. Y de pronto, cuando empezaba a distraerme y a dirigir los ojos hacia otra parte, un pensamiento, o mejor dicho, una súbita percepción venida de no sé dónde me conmovió: ‘En estos ojos se halla todo el amor de esta mujer por su marido... Y él está contento de sí mismo y de su trabajo porque ella lo quiere... Pero en los ojos de Emilia hace ya mucho tiempo que no luce un sentimiento semejante: Emilia no me quiere y ya no me querrá jamás’ ”.10

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