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Según escribió Marcelo Gleiser: “El problema es que las estrellas están tan lejos que la variación angular en la posición de la estrella más cercana es mínima, imposible de medir a ojo. El paralaje estelar, la prueba definitiva de que orbitamos alrededor del Sol, sería detectada recién en 1838 por Friedrich Bessel. Si la hubieran detectado los griegos, posiblemente toda la historia de la astronomía y la ciencia hubiera sido diferente”.68

La ironía de todo

Qué fácil es hoy, a posteriori, ridiculizar a la Iglesia Romana, no solo por haber condenado a Galileo, sino también por haberse equivocado en los resultados durante siglos. No fue hasta el 1800 que Diálogo sobre los máximos sistemas del mundo fue quitado de la lista de libros prohibidos y que los católicos pudieron enseñar a Copérnico con libertad. Y no fue hasta casi dos siglos después que Roma formal y públicamente (y por fin) admitió su error.

Y aunque la historia ha sido transformada con alegría en un ejemplo arquetípico de religiosos ignorantes que peleaban contra el progreso intelectual, la realidad es más complicada. No fue solo el binario crudo de la religión versus la ciencia. El desastre de Galileo es un ejemplo de la tiranía de la ciencia dogmática y la tradición científica por sobre todos los medios de adquisición de conocimientos.

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