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Por eso a lo mejor es preferible comenzar a utilizar la antropología para replantear algunas de las cosas que nos parecen obvias. Dejar de pensar en ella como una herramienta dirigida a desentrañar costumbres curiosas de gentes extrañas y volverla hacia nosotros mismos.

Reivindicar por ejemplo la necesidad urgente de una antropología de las redes sociales. Buscar lo extraño en lo familiar. Un amigo antropólogo -en privado y entre cervezas, no estoy seguro de si en voz alta también lo diría- me confesaba no hace mucho que para él conversar con feministas radicales o con fanáticos de extrema derecha era una experiencia tan ajena como irse a trabajar a Nueva Guinea.

Desaprender. No dar nada por sabido. Ningunear a esa gente detestable que cada vez que abre la boca, en lugar de cuestionarse, sientan cátedra. Asegurarnos de que la teoría no nos vaya a pesar demasiado, calcular la distancia mínima -para que el objeto no nos domine- y a continuación renunciar a la neutralidad.

Descartar la idea de ´que ellos no saben´ y admitir que muy probablemente seamos nosotros los que no sepamos.

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