Читать книгу El fascista estrafalario. Volumen II онлайн

61 страница из 123

Los dominicos

Soy consciente de que escribir sobre la iglesia supone un campo minado. Trece años en un colegio de curas fueron suficientes para muchas cosas, pero no habilitan para hacer de altavoz de algunas de las afirmaciones que circulan en la red como si fueran hechos probados. Aunque por regla general la ignorancia requiere ir acompañada de prudencia, en este caso es un riesgo que estoy dispuesto a correr.

Y es que hay cuestiones para las que no hace falta haber estudiado mucho, porque están ahí -claramente expuestas- aunque no solamos fijarnos. Una de ellas, por ejemplo -y por ir a lo grueso-, es que nos parezca normal que exista un país llamado República Dominicana. Y que su capital sea Santo Domingo. No lo es tanto.

La Orden de los Predicadores -los dominicos- representa probablemente lo mejor y a la vez lo peor de la iglesia católica. A ella pertenecieron frailes como Bartolomé de las Casas o Antonio de Montesinos, que defendieron con coraje a los indígenas americanos; pero también los inquisidores Tomás de Torquemada (uno de los protagonistas de la leyenda negra) o Bernardo Gui (otro protagonista -el malo-, pero en este caso de El nombre de la rosa, la novela de Umberto Eco).

Правообладателям