Читать книгу El fascista estrafalario. Volumen II онлайн

64 страница из 123

Domingo de Guzmán, el promotor del tinglado dominico, fue un burgalés de Caleruega. Del siglo XIII. En aquella época la iglesia católica tenía un problema bastante serio con los cátaros, que era mitad político y mitad doctrinal. El primero se resolvió a la vieja usanza, con alianzas y batallas. Para atajar el segundo el Papa creó a la inquisición. Simplificándolo hasta la caricatura, los cátaros consideraban el mundo material como algo demoníaco y predicaban la salvación a través del ascetismo. Los llamaban también albigenses y su doctrina se había extendido mucho en Francia y en parte de Aragón.

La tarea de convertir a los cátaros fue encomendada a los dominicos, que estaban entonces recién fundados. En un primer momento para obtener su conversión éstos intentaron seducirlos de manera pacífica; viviendo pobremente como ellos y aceptando algunas de sus costumbres. No funcionó. El fracaso deterioró más la situación, que acabó derivando en una cruzada -alimentando un término que 700 años más tarde será recuperado por Giménez Caballero y los suyos en un contexto que no tenía nada que ver-. No hubo, la verdad, un gran despliegue ecuménico. La iglesia determinó que eran herejes y los derrotaron por la fuerza con ayuda del ejército francés. Los cátaros tuvieron que esconderse y poco a poco se fueron extinguiendo. Bueno, no del todo. Continuaron existiendo más o menos clandestinos.

Правообладателям